El miedo ya no sólo a lo desconocido, sino a todo ese rosario de beneficios que podrían perderse entre subsidios sociales y aquellos servicios universales y básicos tan caros en la Argentina, como la educación y la salud pública, sumado al sorprendente hecho de que, pareciera y por primera vez, el elector en general no fue a votar con el bolsillo, como ha sido común, ni tampoco por esa calamidad en la que se ha convertido la economía del país, se pudieron haber erigido en los motivos sustanciales que explican el triunfo de Sergio Massa en las elecciones de este domingo.
La provincia de Buenos Aires volvió a ser determinante en el triunfo de un candidato que el mundo y la oposición veían como una excentricidad que sólo al peronismo se le podía ocurrir, y ahora, está claro para la mayoría del electorado, también permitir: que su mascarón de proa haya sido un ministro de Economía de una economía devastada, con niveles de inflación que hacen temer un desborde similar al de fines de los 80. Y le bastó y le alcanzó para ganar el primer chico.
La campaña del miedo fue un acierto que el propio Javier Milei, segundo en la contienda, debió reconocer cuando, de manera explícita y con tono a ruego, pidió que le creyeran que su proyecto tenga algo que ver con la supresión de derechos de los que hizo gala en la primera parte de la campaña que le permitió instalarse en los medios como el favorito, aunque no para el resultado de la elección. Ahora, Milei es muy probable que se asemeje mucho más a ese “osito mimoso” con el que lo comparó Myriam Bregman, pero más que como una postura en su relación con el poder económico, sí para los votantes de Juntos por el Cambio. “Se acabaron las agresiones”, prometió Milei, para agregar que ahora sí puede llegar a ser el abanderado de esos dos tercios de argentinos opuestos la kirchnerismo.
Massa cosechó este domingo el resultado de lo que fue una más que acertada construcción de una estrategia de campaña que englobó todo: una respuesta por medio del plan platita a los sectores más desesperados, para lo que tuvo las herramientas a la mano gracias al manejo del Estado. A sabiendas de que su tabla de salvación también podría ser una trampa mortal, Massa se fue despegando del gobierno del que es parte prometiendo sacar al país del ostracismo. ¿Cómo lo hará? Supone una gran incógnita, porque a todo ese bagaje exitoso de instrumentos que sacó de la galera para encantar, tendría que conocer, ahora con más seguridad y garantías, las claves para desactivar ese encadenamiento de bombas en el que se convirtieron las baterías de ayudas extras a los millones de desahuciados.
Como se suponía, y luego de escuchar a un Milei decidido a seducir a los votantes de Juntos por el Cambio para el 19 de noviembre, Massa puso el eje en el llamado a la unidad nacional y al discurso del acuerdo, sentenciando el fin de la grieta. La coyuntura le ha enviado un guiño con el paso al costado, forzosamente, de los dos principales políticos de los últimos quince años, los que absorbieron toda la centralidad de la política nacional: Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner. Probablemente sea así. Su discurso de este domingo, además de dejar todavía en claro que lo diferencia del candidato liberal, acentuó lo que viene, o lo que se imagina de por dónde tiene que ir su nuevo discurso: en vez de dos, tiene un solo opositor, Milei, porque de manera no tan subliminal, mencionó a los radicales y a los sectores de la política tradicional, a Juan Schiaretti y hasta a la izquierdista Myriam Bregman.
Claro que, en lo que concierne al discurso político tras los resultados, los mismos no difirieron mucho de lo que habían mostrado y desde el lugar en el que fueron construido. Tanto es así que Patricia Bullrich se aferró a los valores de esa sociedad entre el Pro, los radicales y la Coalición Cívica que en el 2015 les permitiera acceder a la Presidencia con Macri: republicanismo y un país normal, ajeno a las malas praxis financieras y económicas que han alimentado los años y años de populismo, decencia, transparencia y lucha contra la corrupción. Pero, evidentemente, no fueron bien explicadas ni transmitidas. Desde este propio y mismo sector, el que estaba llamado a ser el ganador de las elecciones no mucho tiempo atrás, surgieron las equivocaciones y los infortunios que lo llevaron al derrumbe y de todo lo que se valió Milei para ganarle el rol y el lugar.
Un párrafo aparte merecen las desdichas argentinas, las que las tiene y lleva adosadas ya, a esta altura de su historia, como una marca imborrable: los hechos de corrupción, aunque estos fuesen los más explícitos que se hayan visto jamás, no terminan de alcanzar o no son suficiente motivo para un barajar y dar de nuevo en la búsqueda de un modelo de gobierno que resuelva los problemas. Eso está claro después de que se hayan visto volar bolsos de dólares hacia un convento, contar plata mal habida, traficar dinero espurio por la vía de la obra pública nunca realizada, un festival de coimas, paseos en yates y robo de plata a través de un ejército de ñoquis del Estado. Argentina todavía no está preparada del todo para eso ni para los esfuerzos necesarios que se entienden como lo que tiene que hacer, pero que todavía fronteras adentro del país una porción mayoritaria de la cultura nacional entiende a todo eso como un “trabajo sucio” inaceptable. Impactante.
fuente: elsol.com.ar