El crimen del hincha de Gimnasia en una disputa de barras a metros del estadio Víctor Antonio Legrotaglie el domingo 4 de febrero pasado, sigue sin tener avances significativos en la causa. Además, por estos días la preocupación se agudiza si se tiene en cuenta que el Lobo volverá a jugar como local el próximo lunes, cuando reciba a San Telmo a las 22 en su cancha del Parque General San Martín. Y en el contexto de esta problemática, este jueves por la noche hubo incidentes, corridas y disparos en la cancha de Independiente Rivadavia en la previa del partido ante Instituto de Córdoba.
La investigación por el homicidio registrado hace un par de semanas y que enlutó otra jornada para el fútbol mendocino se torna compleja, pese a que habría un hombre identificado como presunto autor del homicidio y que pertenecería a la facción de la hinchada del barrio San Martín. Sin embargo, quienes han declarado en el expediente por el momento no brindaron mucha información, incluso los amigos y familiares de la víctima, Ricardo Balle (33). Además, las imágenes de las cámaras de seguridad de la zona de Boulogne Sur Mer y Avenida Juan B. Justo no tienen la calidad óptima, por lo que no aportaron claridad a los hechos.
Por otra parte, cabe recordar que hubo varios heridos en el enfrentamiento y que uno de ellos continúa internado. Se trata de Héctor Darío Pereyra, un hombre de 54 años con antecedentes en la Justicia. En caso de presentar una evolución favorable, su testimonio podría despejar algunas dudas, más si se tiene en cuenta que forma parte del grupo antagónico al de Jesús Nazareno (Guaymallén), con el que se identificaba la víctima.
Más allá de la investigación penal, este hincha de Gimnasia asesinado pasa a formar parte de una triste lista de fallecidos en las canchas de fútbol o en sus inmediaciones, como víctimas de un fenómeno que ha evolucionado en forma desfavorable a lo largo del tiempo: las barras.
Los conflictos de la primera época
El uso de armas blancas y las detonaciones de armas de fuego que retumbaron hace algunas semanas cerca de los portones del Parque General San Martín nos remontan a sucesos de vieja data, como los ocurridos en la definición de la Liga Mendocina de 1923 entre Gimnasia e Independiente Rivadavia.
En aquella jornada, fanáticos enardecidos por el arbitraje del señor Mc Kay ingresaron al campo de juego con dagas y revólveres. Ante el descontrol de la situación, el colegiado fue retirado con custodia policial y concluyó refugiado en un convento. Como se puede apreciar, la violencia en el fútbol está enquistada desde las primeras épocas, aunque han cambiado las características.
En las décadas de 1910 y 1920 este tipo de episodios solía ocurrir a raíz de una protesta o ante la impotencia de una derrota segura. Sin embargo, en hechos recientes como el de Balle se suman componentes mucho más preocupantes: la organización y la premeditación.
Las primeras barras y la guerra de los colores
El crimen de un seguidor de Racing a manos de fanáticos de Huracán en 1967, conocido como el Caso Souto, fue el primer hecho asociado con las barras bravas en el fútbol argentino. En ese tiempo, diversos grupos de diferentes equipos ya habían empezado a organizarse como agrupaciones.
En Mendoza, la conformación de las hinchadas fue coincidente con esa época, ya que los equipos de la provincia empezaron a participar en torneos regionales y en los Nacionales de AFA. En consecuencia, debían organizarse para poder viajar a los partidos de visitante y armar la fiesta en la tribuna para los encuentros de local, además de pensar y ejecutar acciones que favorecieran al equipo en cuestión o que perjudicaran al rival. Por ejemplo, amedrentar al árbitro y a los adversarios, cortar la luz del estadio si el partido se presentaba desfavorable o incluso apretar a los jugadores propios para que “pusieran más ganas”.
De pronto, los diarios comenzaron a reflejar a estos grupos, a veces celebrando el colorido y sus ocurrencias y otras manifestándose en contra de la violencia. También empezaron a mencionar los nombres a través de los cuales se identificaron. En ese tiempo surgieron Los Caudillos del Parque, de Independiente Rivadavia; y Los Leones del Este, de San Martín. Después, Los Pumas del Norte, de Huracán Las Heras, mientras que en los años ochenta surgió la Agrupación Blanquinegra, de Gimnasia y Esgrima, por citar a las primeras.
Poco a poco todos los equipos tuvieron su barra, pero a diferencia de lo que se vivió en la previa de Gimnasia contra Defensores recientemente, el mayor temor era que se cruzaran y que se pelearan los bandos de diferentes colores. Así, la violencia se limitaba principalmente a los días de partido.
Dinero, poder y muerte
Concluida la época de los Nacionales en 1985, la violencia recrudeció en las canchas mendocinas y cada vez fueron más comunes las corridas, las pedradas y los enfrentamientos, incluso con el uso de armas de fuego. Además, con el surgimiento de los torneos federales (los del interior, los argentinos y la B Nacional) comenzaron las trifulcas interprovinciales, siendo las peleas entre simpatizantes de clubes mendocinos contra sanjuaninos las más complejas.
Sin embargo, desde hace ya muchos años, un componente fundamental dio un giro definitivo a la lógica y al funcionamiento de las barras: el manejo de dinero. Con plata recibida de políticos y dirigentes de turno, sumado a otros negocios de por medio, las diferencias dentro de estas agrupaciones se tradujeron en la conformación de facciones que, principalmente, representan a distintos barrios. Por ejemplo, en el caso que determinó el crimen de Balle, la riña fue entre sectores rivales de los barrios San Martín y Jesús Nazareno.
El financiamiento de las barras y la concesión de negocios, tales como puestos de venta de comidas o merchandising y la reventa de entradas, sumado a otros trabajos ilegales en zonas liberadas para ello, dejan en evidencia los motivos de las disputas internas: quien comanda la hinchada maneja plata y poder. Así, los que reciben menos o se quedan afuera del círculo de privilegio buscan destronar a los jefes y tomar el mando. Cuando eso ocurre, las grescas en la cancha, en las inmediaciones o en los barrios se tornan inevitables. Y ya no se trata de “quien tiene más aguante”, sino de que por dinero y poder la lucha es de vida o muerte.
Las víctimas fatales en Mendoza
De acuerdo con la nómina de fallecidos en el fútbol argentino que actualiza la ONG (Organización No Gubernamental) Salvemos al Fútbol, fundada en 2006, desde 1922 a la fecha, la de Ricardo Balle es la muerte número 352. Cabe destacar que en dicho trabajo no solo se toman en cuenta los casos en los que hubo enfrentamientos entre barras, sino también fallecimientos accidentales o naturales en el marco del espectáculo deportivo.
De todas formas, sí aparecen en la lista otros 8 casos de hinchas mendocinos que perdieron la vida en el contexto de la violencia en el fútbol, que enumeramos a continuación:
- Ariel Sergio Aranguez (33), de Independiente Rivadavia. Asesinado de un balazo en la cabeza por barras de Godoy Cruz cuando regresaba de un asado. Ocurrió el 23 de mayo de 2000.
- Damián Muñoz (38), de Independiente Rivadavia. Fue apuñalado en la tribuna popular sur del estadio Bautista Gargantini y murió a las pocas horas en el hospital el 11 de noviembre de 2007. En esa jornada, Los Azules golearon 7 a 0 a Belgrano de Córdoba.
- Gustavo Pellegrina. El 27 de diciembre de 2013 resultó muerto por un tiro en la cabeza cuando presenciaba la final de fútbol de salón entre Poliguay y San Martín. El episodio ocurrió a raíz de un enfrentamiento entre las barras de Independiente Rivadavia y Atlético Argentino.
- Claudio Manuel Medina (23). Fue ultimado durante los festejos de Gutiérrez Sport Club por el ascenso al torneo Federal A, el 12 de febrero de 2015.
- José Luis Páez (49). Murió el 15 de febrero de 2015, cuando se produjo un tiroteo entre facciones en el marco de un encuentro entre Gutiérrez y Huracán Las Heras.
- Maximiliano Ezequiel Lucero. Lo mataron de dos disparos en una lucha entre grupos antagónicos del Atlético San Martín, que se disputaban el control de la barra. Ocurrió el 12 de enero de 2017.
- Omar Alfredo Jofré (36), de Independiente Rivadavia. Lo apodaban El Camel y era uno de los jefes de la hinchada de La Lepra. Lo mataron a balazos mientras se encontraba en su auto cerca del boliche La Guanaca, en Chacras de Coria.
- Pablo Morcos (47), de Independiente Rivadavia. En este caso el hecho se produjo en San Luis, en la previa de un partido entre los Azules y Vélez Sarsfield por la Copa Argentina. Sufrió un infarto producto de una pelea de hinchas mendocinos con la Policía.
Como vemos, la evolución de las barras en el tiempo ha sido desfavorable y se ha agravado la violencia. Se trata de un problema que está enquistado en el fútbol y que no parece tener solución, al menos en el corto plazo. Las medidas adoptabas, tanto por los clubes como por las fuerzas de seguridad, no apuntan a erradicar a los delincuentes, sino más bien a contener la situación.
Gimnasia, el Tomba, la Lepra, Maipú, Huracán, Gutiérrez, San Martín y todos nuestros equipos volverán a salir a la cancha y la fiesta continuará. El hincha seguirá disfrutando del espectáculo, por que la pasión sigue intacta. Pero también estará presente el estado de alerta, porque cuando la contención se desborda y estalla el conflicto, cualquiera puede quedar en el medio, incluso los que están ajenos y solo esperan disfrutar de una tarde en el Parque General San Martín, cómo ocurrió el pasado 4 de febrero.
Fuente: www.mdzol.com