El gran error de algunos intendentes es creer que si consiguen ser reelegidos para un segundo mandato tocarán el cielo con las manos y nada ni nadie los parará.
Si alguna enseñanza política dejó el segundo y alocado mandato consecutivo del médico radical Daniel Orozco como intendente del municipio de Las Heras, esa fue la de comprobar cómo nos puede modificar esa actividad tan seductora que es manejar la polis si no estamos bien parados en la realidad.
Digamos de entrada que la mejor propaganda, si el objetivo es eyectarse desde un cargo municipal a uno provincial o nacional, consiste en hacer una gestión minuciosamente eficiente, alejada de la politiquería berreta, del malgasto guarango, del nombramiento de militantes en cargos innecesarios, y del síndrome del patrón de estancia.
Lo que se requiere para mantenerse políticamente reconocido es mucho más que viveza y ambición desmedida. Se deben portar otros valores como estudio, vocación de servicio, lectura, ideas, templanza, sentido común, ética.
El gran error de algunos jefes comunales que han concretado de manera aceptable sus primeras intendencias, es el de creer que si consiguen ser reelegidos para un segundo mandato consecutivo habrán tocado el cielo con las manos y que de ahí en más nada ni nadie los parará.
A los que actúan así, la realidad les tiene preparados adecuados sopapos. Aquellos que quieran seguir la senda de los Sergio Salgado, de los Luis Lobos (ambos condenados) o de los Daniel Orozco, hoy investigado por presuntos hechos de corrupción, seguramente sufrirán un portazo en las narices que los tirará de culo.
Por la borda
Todo lo correcto que Daniel Orozco hizo en su primera gestión (2015-2019) tendiente a ordenar el departamento y a devolverle a sus habitantes el sentido de amor propio, tantas veces denostado por pavotes que los tildaban de “lasherindios”, lo rifó en el segundo mandato (2019-2023) de una manera inesperada.
De aquel primer Orozco, orgulloso de “ser radical de toda la vida”, llegó a decirse que había logrado que los lasherinos olvidaran que alguna vez ese departamento fue llamado “la capital del peronismo mendocino”.
Y de ser un reconocido médico de pueblo que buscó entrar en política para “demostrar que se pueden hacer las cosas bien”, terminó como un político desprestigiado y sin futuro en la gestión pública.
Es más, cuando el Viti Fayad lo tanteó para que entrara en política y Orozco aceptó el convite, este dijo que le alcanzaba con un solo período de gestión para hacer las cosas bien y volver a su consultorio en pleno centro de Las Heras donde se jactaba de tener pacientes de todos los sectores sociales.
Chiflado frenesí
Todo pasó por querer saltarse etapas y no saber merituar los tiempos. Bastó que Orozco fuera reelecto en Las Heras para que ingresara a un frenesí donde la loca obsesión fue la de convertirse en el próximo candidato a gobernador de la Provincia por Cambia Mendoza. No sólo eso, el desorbitado paquete imaginado incluía a su novia y luego esposa, Janina Ortiz, como candidata a intendenta de Las Heras, lo cual enervó a medio mundo por lo grosero, no sólo a los radicales.
Con todo ese telón de fondo, al intendente se le dio por hacer reuniones y saraos para posicionarse como precandidato a gobernador. Incluso contrató a un consultor mexicano tipo Durán Barba, de apellido Limón, para que lo coacheara y le ayudara a escribir un libro con el plan de gobierno.
Orozco desatendió las tareas de la comuna, se llenó de empleados militantes innecesarios, urdió junto con su novia y secretaria de Gobierno, Janina Ortiz, una serie de trapisondas para conseguir fondos que financiaran su carrera hacia el Barrio Cívico, algunas de las cuales, como las cooperativas fantasmas para desviar dineros municipales, o los operativos tipo vodevil para espiar a funcionarios en “telos”, hicieron correr ríos de tinta.
Brotado
El resto es conocido. Cornejo confirmó que volvía para una segunda gobernación, Orozco le exigió ser vicegobernador, pero no le aceptaron el pataleo y se brotó. Rápido de reflejos, Omar de Marchi lo convocó para que fuera su vice en La Unión Mendoza y el médico aceptó creyendo que con el lujanino iban a hacer hocicar a Cornejo. El resultado fue un desgobierno total en la Comuna que terminó por descarrilar. Y una posterior derrota del proyecto de De Marchi que dejó a Orozco sin el pan y sin la torta.
Los denuncias por fraude y otras corruptelas en la comuna saltaron de lleno a la Justicia que ya los tiene imputados a Orozco y a Janina Ortiz. La dama logró entrar como diputada provincial por el demarchismo, pero al mes de asumir fue desaforada y separada de la Cámara por “indignidad”.
Antes, cuando las reelecciones de jefes comunales de la Provincia no tenían topes, hubo intendentes que cumplieron 20 años seguidos en sus comunas, como si se tratara de una empresa privada. O más años si el recambio se daba entre hermanos que se pasaban el manejo de sus intendencias de un familiar a otro.
En ese marco tan laxo no había tanta necesidad de que los intendentes cayeran en la desesperación de quedarse sin trabajo (ni a dar manotazos de ahogado). Además, después de tres o cuatro gestiones, gobernaban de taquito porque llegaban a conocer al dedillo el mundo político comunal.
Orozco en cambio llegó a la política con la norma que no permitía más de dos elecciones consecutivas de intendentes. Hizo una primera gestión aceptable, pero en la segunda, ya víctima de la enfermedad del poder (mandar, manejar caudales importantes de dinero) dejó de lado la eficiencia, descuidó el municipio, disfrutó haciendo clientelismo y se creyó más de lo que era. No pudo ser gobernador, ni vicegobernador, ni ministro, ni nada. Un proceso malsano no lo dejó. Lo devoró la maldición del segundo mandato consecutivo.